Pontevea y la fervenza do Toxa
Escapada gravel con Marcelo.
Día frío, pero fue mejorando con el paso de las horas,
Saliendo desde el puente medieval de Pontevea, durante cientos de años, fue la única vía de acceso a Compostela desde las tierras del Val do Vea y donde confluían los antiguos caminos reales. Hoy un marco de piedra en el centro del puente, nos señala el límite entre las provincias de Pontevedra y A Coruña.
Comenzamos bordeando el río Ulla, pasando por la playa fluvial de Pontevea, muy frecuentada por los lugareños para refrescarse en días calurosos o hacer picnics bajo la sombra de los árboles. Hoy también "infestada" de pescadores, esquivando a muchos de ellos por los senderos. Atravesamos las Ínsuas das Areas, un conjunto de islas con pequeñas playas fluviales de arena arropadas por una vegetación frondosa típica de bosque de ribera, que lo convierten en un lugar fantástico! Continuamos el sendero pasando por el Muiño do Cachón, y una pequeña playa fluvial.
Nuestro primer encuentro con la cascada es desde su base, ya que el camino lleva hasta la gran poza que crea. Esta es la vista que más nos ha gustado, pero todavía nos queda una sorpresa que contaros. Antes de bajar a la base de la cascada, hemos flipado con un par de miradores, para disfrutar de la cascada y de la Comarca do Deza.
Pasamos por varias aldeas y una central eléctrica antes de adentrarnos en el Monte Carboeiro.
Comenzamos a ascender y a través de un claro del bosque, descubrimos el Monasterio de Carboeiro.
Los monjes veían como la construcción del monasterio
avanzaba muy lenta debido a la falta de dinero, así que uno de ellos, el monje
Ramón, alcanzó un trato con el demonio: este construiría el cenobio entre ese
mismo viernes y el domingo. A cambio se llevaría las almas de los que muriesen
entre la misa del domingo y las vísperas.
El domingo por la mañana Ramón vio el más hermoso monasterio jamás
construido. Los fieles fueron entrando y se celebró la misa, pero cuando acabó
no dejó que nadie abandonase la iglesia y empezó a celebrar vísperas. El
demonio, al enterarse del engaño, intentó entrar en el edificio, pero el
monasterio contaba con un milagroso salterio, el Ciprianillo, capaz de espantar
al mismísimo diablo. Tuvo que marcharse prometiendo una venganza que llegaría
muchos años después, cuando el obispo de Toledo mandó trasladar el salterio.
Cuando se enteró, el demonio regresó y desató tal tormenta que dejó en ruinas
el monasterio.
Y donde Marcelo y un servidor, tomamos ya rumbo a Pontevea por tramos do Camiño de Santiago, una vuelta de nuevo preciosa, ya que se hace por la otra vera del rio, disfrutando del sonido de los pequeños rápidos que se van acumulando, cuando empieza a serpentear el cauce, a medida que nos acercamos al final.
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